

Por: Gabydeportes
Durante años, los colombianos hemos mirado hacia el sur con una mezcla de admiración y frustración. Argentina, con su inagotable cantera de talentos, su cultura futbolera y su carácter competitivo, ha logrado mantenerse como una potencia constante en el continente. Mientras tanto, Colombia, a pesar de su brillo ocasional, parece vivir en ciclos: cada tanto surge una generación dorada que nos ilusiona, pero el impulso se diluye sin dejar una estructura sólida detrás. La pregunta, entonces, es inevitable: ¿podemos llegar a ser como ellos? La respuesta, aunque incómoda, es no todavía.
Para entender por qué Argentina está donde está, hay que mirar más allá de los títulos. No se trata solo de haber ganado tres Copas del Mundo o de exportar a los mejores jugadores del planeta. Se trata de un sistema: una red de formación que, con todas sus imperfecciones, funciona. Desde las categorías infantiles hasta la selección mayor, existe una continuidad conceptual, una idea de juego que trasciende los nombres.
El chico que hoy entrena en una escuelita en Rosario o Córdoba no está aprendiendo solo a dominar el balón; está incorporando una forma de competir, de leer el partido, de sentir la camiseta. Eso no se improvisa. Es producto de décadas de trabajo, de una cultura que respira fútbol incluso en sus crisis más profundas.
Argentina entiende el fútbol como un patrimonio nacional. Es identidad, orgullo y forma de resistencia. Por eso, cuando se forma un jugador, no se busca únicamente técnica o talento, sino también mentalidad: carácter para competir, temple para soportar la presión, y sobre todo, hambre de victoria. En cada barrio, en cada potrero, se gesta una escuela de vida antes que una de fútbol.
COLOMBIA: TALENTO SIN ESTRUCTURA
Colombia, en cambio, sigue dependiendo del milagro. Cada tanto aparece una generación que nos hace creer que estamos a las puertas de una nueva era. La de Valderrama y Asprilla en los 90, la de James, Cuadrado y Falcao en los 2010, o ahora la de Luis Díaz, Jhon Arias y compañía. Pero el ciclo se repite: éxito momentáneo, entusiasmo nacional, y luego el vacío. Lo que falta no son jugadores, sino un sistema que los respalde y los reproduzca.
La formación de futbolistas en Colombia está fragmentada y desarticulada. La mayoría de las escuelas de fútbol son privadas, funcionan sin supervisión de los clubes profesionales y priorizan la competencia temprana sobre la formación integral. Los equipos de primera división, salvo excepciones como Atlético Nacional o Deportivo Cali, invierten poco en divisiones menores y no tienen un modelo de juego unificado. Así, cada joven talento depende de su propio entorno, de un entrenador ocasional o de una oportunidad fortuita para destacar.
Mientras tanto, el fútbol profesional colombiano parece moverse en un círculo vicioso: poca planificación, proyectos cortos, y una dirigencia más preocupada por resultados inmediatos que por la construcción de procesos. En ese contexto, el talento se desperdicia, la competitividad se estanca, y la distancia con las potencias regionales se amplía.
LA DIFERENCIA ESTÁ EN LA MENTALIDAD
Más allá de las estructuras, hay un aspecto que marca la diferencia y es el carácter competitivo. El futbolista argentino crece sabiendo que el fútbol no es sólo espectáculo, sino una guerra simbólica. Juegue donde juegue, su objetivo es ganar. En cambio, el colombiano más técnico, más estético muchas veces se educa en una lógica de disfrute, de “jugar bonito”, de evitar el conflicto. Eso se nota en los momentos decisivos. Cuando Argentina está contra las cuerdas, aparece el orgullo; cuando Colombia lo está, muchas veces aparece la duda.
Esa diferencia cultural no es menor. La mentalidad ganadora se cultiva desde la infancia, no en el camerino de un mundial. Y mientras no logremos inculcar esa competitividad sana, esa convicción de que se juega para trascender, seguiremos celebrando el talento individual sin consolidar una identidad colectiva.
LA LIGA Y SU PAPEL EN EL ATRASO
La liga colombiana, por su parte, tampoco contribuye a reducir la brecha. Pese a tener clubes históricos, su nivel competitivo se ha visto afectado por la inestabilidad económica, la rotación excesiva de jugadores y la falta de inversión en infraestructura.
Argentina, incluso en crisis, mantiene clubes que exportan constantemente futbolistas formados con rigor táctico y mental. En Colombia, muchos jugadores se van jóvenes, sin madurez futbolística, y terminan perdiéndose en el camino.
A eso se suma una organización deficiente en la Dimayor y la Federación: torneos con formatos cambiantes, calendarios saturados y poca visión de largo plazo. Así es difícil construir un ecosistema que fomente el crecimiento real.
¿QUÉ HABRÍA QUE HACER?
Para pensar en acercarse al nivel argentino, Colombia tendría que impulsar una transformación profunda.
Primero, una reforma estructural de las divisiones menores: unificar criterios de formación, crear centros regionales de desarrollo y conectar las escuelas con los clubes profesionales.
Segundo, formar entrenadores con visión moderna, capaces de enseñar conceptos tácticos y mentales, no solo fundamentos técnicos.
Tercero, fortalecer la liga local: atraer inversión, mejorar el espectáculo, y reducir la improvisación dirigencial.
Y, por último, definir una identidad futbolística nacional. No podemos seguir dependiendo del azar o de un técnico pasajero. Necesitamos un modelo que combine nuestra riqueza técnica con una mentalidad ganadora y disciplina táctica.
UN FUTURO POSIBLE, NO INMEDIATO
Decir que Colombia no está al nivel de Argentina no es resignación, es diagnóstico. El talento colombiano es innegable: hay jugadores con condiciones para competir en cualquier liga del mundo. Pero mientras ese talento no sea producto de un sistema, seguiremos hablando de promesas y no de realidades. Argentina llegó donde está no por suerte, sino porque hizo del fútbol un proyecto de país. Y ahí está la clave: entender que el fútbol no se improvisa, se construye.
Si Colombia logra asumir ese reto, si deja de pensar en la próxima generación y empieza a pensar en las próximas décadas, entonces sí podremos mirar de tú a tú a los gigantes del sur. Pero por ahora, con el corazón en la mano y los pies en la tierra, la respuesta es clara: no, todavía no estamos al nivel de Argentina. Lo importante es que sepamos por qué… y que empecemos a trabajar para cambiarlo.