Hay preguntas que parecen simples, pero que encierran muchas verdades incómodas. En el caso del Junior de Barranquilla, una de ellas es esta: ¿por qué el club sigue apostando al mercado internacional cada semestre, mientras sus divisiones menores siguen esperando una oportunidad real?
La escena se repite una y otra vez. Termina el torneo y comienza el desfile de nombres. Llegan refuerzos desde Argentina, Uruguay, México o Venezuela; algunos conocidos, otros casi anónimos. La promesa es la misma: potenciar la plantilla, elevar el nivel competitivo y buscar ese anhelado título que, en el Caribe, no es solo una meta deportiva, sino una cuestión de orgullo regional.
Pero en esa lógica de fichajes y urgencias, el semillero del Junior parece cada vez más relegado. Los juveniles entrenan, compiten, sueñan… pero rara vez debutan. Y si lo hacen, es por accidente, por una lesión o una suspensión, más que por convicción del cuerpo técnico o apuesta de la dirigencia.
¿Qué está fallando?
En un país donde los clubes se sostienen vendiendo jugadores, parece contradictorio que uno de los equipos con más recursos del fútbol colombiano no tenga un plan robusto de promoción interna. Junior tiene infraestructura, tiene historia y tiene una región fértil en talento. El Atlántico ha sido cuna de figuras nacionales e internacionales. Pero el puente entre la cantera y el primer equipo sigue siendo frágil, casi simbólico.
No es que Junior no quiera ganar. Todos lo quieren. Pero hay una diferencia entre querer títulos a toda costa y construir una identidad ganadora. Y esa identidad no se compra con extranjeros cada seis meses. Se construye con procesos, con nombres que crecen desde abajo, que conocen la camiseta desde niños y que sienten el escudo más allá del contrato.
Los clubes que trascienden no son solo los que gastan más. Son los que mejor invierten. Fortaleza CEIF, por ejemplo, ha sabido combinar fichajes con jugadores formados en casa. Independiente del Valle en Ecuador es quizás el mejor ejemplo: un modelo que apuesta por lo suyo, y lo vende al mundo con orgullo. River Plate, en Argentina, tiene una cantera que no solo abastece al equipo, sino a toda la selección nacional.
En Junior, en cambio, cada nuevo semestre parece ser un borrón y cuenta nueva. Nuevos jugadores, nuevo entrenador, nuevas ilusiones. Y entre tanto cambio, lo que no cambia es la escasa presencia de los canteranos en la nómina titular.
¿Qué mensaje reciben los juveniles? Que no basta con entrenar bien, con destacarse en las inferiores, con soñar en grande. Que su oportunidad depende más de los resultados inmediatos que de su proceso formativo. Que tal vez será más fácil debutar en otro equipo o incluso irse del país, que esperar un espacio en el equipo de sus amores.
Y esa es una pérdida enorme. No solo para los jugadores, sino para el club. Porque cuando Junior le da la espalda a su cantera, también pierde conexión con su hinchada, con su historia, con su raíz.
No se trata de renunciar a los fichajes. Claro que no. El fútbol moderno exige competencia, experiencia y nombres que aporten. Pero hay que encontrar un equilibrio. Hay que dejar de pensar que todo lo bueno está afuera y reconocer que muchas veces, lo mejor está en casa. Solo que no lo estamos mirando.
Mientras eso no pase, Junior seguirá siendo un club con ambición, sí, pero sin proyecto. Y los títulos, cuando lleguen, seguirán pareciendo victorias efímeras, no conquistas duraderas.