En cada rincón de Colombia, en cada barrio, en cada potrero, hay un niño soñando con llegar al fútbol profesional. Con una camiseta sudada, una pelota desgastada y un corazón lleno de ilusión, sueña con jugar en un estadio, con ser ídolo, con ayudar a su familia. Pero a ese sueño muchas veces lo frena algo que no tiene nada que ver con el talento, ni con el esfuerzo, ni con la disciplina: la estatura.
Sí, en pleno 2025, todavía hay entrenadores que le dicen a un niño de 10 o 12 años: “usted juega bien, pero es muy bajito para llegar”. Y esa frase, que parece un simple comentario, es en realidad una sentencia. Una idea errónea que se siembra en la mente del niño y que va creciendo como una sombra que lo persigue. Lo limita, lo frustra y, muchas veces, lo saca del camino antes de tiempo.
¿Desde cuándo el centímetro vale más que el carácter? ¿Desde cuándo la estatura se volvió más importante que la inteligencia en el juego? Esta obsesión con el biotipo ideal, con el jugador alto, fuerte y corpulento, no solo es anticuada, sino profundamente injusta. Y lo más grave: se enseña desde la base.
En muchas escuelas de formación del país, los filtros no son técnicos, ni mentales, ni tácticos, son físicos, si el niño no “promete crecer”, lo sacan. No importa si piensa más rápido que los demás, si tiene visión, si es un líder natural, si su técnica es impecable. Si no da la talla, literalmente, lo descartan. Como si el fútbol fuera un desfile de modelos europeos y no un deporte que se define con la cabeza, los pies y el corazón.
Y entonces la pregunta es inevitable: ¿cuántos cracks hemos perdido por culpa de este prejuicio? ¿Cuántos jugadores brillantes quedaron en el camino porque no alcanzaron el metro setenta?
Miremos el fútbol mundial. Lionel Messi, con 1.65 m, fue descartado en Argentina por su baja estatura y tuvo que irse a España para que el Barcelona apostara por él, Roberto Carlos, Maradona, Yeferson Soteldo, Pedro Rodríguez, incluso jugadores colombianos como Mauricio “Chicho” Serna, Luis “Chonto” Herrera, Juan José, “Chócolo” Ramírez, Cristian Barrios, Dorlan Pabón, Yimmy Chará, que, en sus inicios, enfrentaron dudas por su estatura.
¿Acaso sus carreras no son prueba suficiente de que la altura no define a un futbolista?
Incluso en el fútbol colombiano, a menudo tan influenciado por la fuerza y el biotipo, han brillado jugadores de baja estatura, Víctor Pacheco, Vladimir Hernández cuando jugó en Junior, o más recientemente Jhon Arias y Juan Fernando Quintero, son ejemplos de que el talento no mide más de 1.80.
Y sin embargo, seguimos repitiendo ese discurso. Seguimos viendo cómo los niños, desde los 8 o 9 años, son comparados con otros por su estatura y no por su comprensión del juego. Se les dice que “si no crecen, no van a llegar”, como si el crecimiento fuera más importante que el deseo, el coraje o el entendimiento táctico. Se les enseña a dudar de sí mismos antes de aprender a confiar en su fútbol.
Esto no solo es un problema técnico; Es un problema cultural. Porque en vez de adaptar nuestros métodos a nuestra realidad, insistimos en copiar modelos europeos que no se ajustan ni a nuestro biotipo, ni a nuestras condiciones. Queremos tener laterales de mínimo 1.85 y delanteros con cuerpo de tanque, cuando lo que realmente necesitamos es formar futbolistas pensantes, técnicos, resilientes y con hambre de gloria.
La formación en Colombia debe cambiar ese chip. Debe enfocarse en fortalecer lo que realmente hace grande a un jugador: la mentalidad, la lectura del juego, el control de balón, la toma de decisiones. Hay que dejar de descartar talentos por su cuerpo y empezar a potenciarlos por lo que tienen en la mente y en el alma.
Porque el fútbol no se gana en el gimnasio, se gana en la cancha. Y en la cancha, los centímetros no te aseguran nada. Lo que te hace grande es la manera en la que juegas, sientes y entiendes este deporte.
Por eso, la próxima vez que un formador le diga a un niño que no va a llegar porque es bajito, debería pensar primero en todo lo que ese niño podría dar si simplemente le dieran una oportunidad. El fútbol no necesita más centímetros. Necesita más verdad, más justicia y más talento libre de prejuicios.
Porque si seguimos midiendo sueños con una regla, lo único que lograremos es achicar el futuro del fútbol colombiano.