Arrancó el Mundial de Clubes y con él regresó a escena el eterno Lionel Messi. El argentino volvió a demostrar que, incluso en un partido gris, es capaz de convertir cada jugada en una obra de arte. Cuando el fútbol parece dormirse, Messi lo despierta con un regate en una baldosa, una pausa mágica o una zurda que aún brilla como si no pasaran los años. Inter Miami no pudo ganar, pero no fue por él. En su retiro dorado en Estados Unidos, Leo aún guarda destellos de grandeza que paralizan el estadio y las redes.
El problema fue colectivo. La distancia entre Messi y el resto es sideral. Luis Suárez, lejos de su mejor versión física, y un medio campo sin sostén con Redondo y Busquets desconectados, dejaron a Miami expuesto desde el minuto uno. Cada contragolpe de Al Ahly fue una pesadilla. Ustari se convirtió en el muro que evitó una goleada: sacó dos mano a mano, atajó un penalti y sostuvo el partido con heroísmo puro.
El rival también tuvo lo suyo: Zizo, que entró por el lesionado Ashour, le cambió la cara al ataque egipcio. Dinámico, desequilibrante e imparable, fue el motor de un vendaval ofensivo que obligó a Messi a tomar las riendas.
Y cuando Leo toma el control, el fútbol cambia de idioma. En la segunda mitad, bajó las revoluciones del partido, controló los tiempos y tejió sociedades desde la derecha. Suárez no estuvo a la altura, pero Messi condujo con paciencia y genio. Generó dos jugadas claras, una de ellas que Allende no alcanzó a empujar por centímetros.
Messi volvió a hacer de las suyas. Un tiro libre que acarició la red lateral, un pase quirúrgico que Weigandt mandó a la tribuna, y ese aroma de fútbol sagrado que sólo él sabe dejar. El estadio se rindió, las cámaras lo siguieron y las redes lo celebraron. Porque sí, a Messi le quedan pocos partidos… pero cada uno es historia.
No marcó, pero dejó huella. Porque Messi es eso: la pausa en un mundo acelerado, la genialidad en una jugada, el último gran capítulo que se sigue escribiendo en tiempo real. Y mientras haya fútbol, habrá razones para seguir viéndolo.